No estoy loca.
Armé la cama de Pam en el sofá y le dije a Julianna
que el día había sido largo, sería mejor que se fuese a descansar. Después de todo,
podía encargarme sola.
Nos despedimos y ella dejó a mi madre sentada
junto a la mesa, con una hermosa trenza que le pasaba desde un costado hasta el
otro, cayendo a un lado de su rostro, marcando un perfecto perfil idéntico al
mío (lamentablemente).
Cubrí el sofá con sabanas blancas y unas
cuantas mantas, llevé a Pam hasta él, con un poco de desgano y la recosté.
Parecía ser que ella no registraba lo que
sucedía, así como tampoco se daba cuenta de cuánto hacíamos nosotras cada vez
que aparecía en ese estado en casa. Aunque no me gustaba hacer todo eso, era
una forma de despejarme del atraco que me había causado el hombre de la gorra
de beisbol.
Arropé a Pam, que me miraba con un rostro de
incomprendida. Jamás había pasado por lo que ella estaba atravesando, pero sus
ojos reflejaban cuan perdida se sentía y, aunque no quería justificarla, su
vida tampoco era tan sencilla y por eso hacia lo que hacía.
Busqué en la heladera algo que pudiera comer,
pero en realidad no tenía hambre. Me preparé un vaso de leche y un poco de tostadas
con mantequilla de maní y me senté a disfrutarlas, mientras esperaba que Pam se
durmiera.
Cuando ella estaba en ese estado, era muy peligrosa,
capaz de levantarse del sofá, salir caminando y despertar en cualquier lugar al
pasar la resaca. Por lo tanto, Julianna y yo nos encargábamos de verla dormir,
puesto que sabíamos que al despertar, el efecto habría pasado.
Lavé el plato de las tostadas y el vaso de
leche y Pam aun seguía despierta.
Se levantó y comenzó a caminar, tambaleándose,
por el pasillo. La alcancé justo en el corredor del quinto piso, donde estaba
el apartamento de la señora Bennett.
Luego, comenzó a correr, con mucha dificultad,
bajando hasta el segundo piso. Yo iba tras ella, pero se movía tanto que era
complicado alcanzarla. Para ella, todo eso era un juego, una especie de “las
traes” que nunca acababa, mientras que para mí, era tedioso y cansador.
La alcancé justo al pie de la escalera en la
planta baja, a tiempo antes de salir a la calle y que la gente nos viera. Era
Manhattan, lo sé, ver cosas extrañas era habitual en nuestras vidas. Pero, me
avergonzaba tener que pasar por algo así, aun cuando las personas que las
verían eran desconocidos que jamás volverían a cruzarse conmigo.
La tomé entre mis brazos y ella se apoyó en mi
pecho riendo. Me había agotado.
Se echó sobre mí, dejando caer todo su peso en
mi cuerpo. A causa de la gravedad, la física y todos los fenómenos que esto
implicaba, retrocedí unos pasos para no caerme por culpa del equilibrio.
Sostuve mi espalda contra la pared y, guiándome con la misma, llegué a sentare
en el piso, frio y áspero, con Pam hecha un bollo en mis brazos.
Se reía a carcajadas, dando pequeños intervalos
para respirar, mientras que yo contenía el llanto de una pésima noche.
Cuando logré que se tranquilizara, tal como
había que hacerlo con un bebé, pasé un brazo de ella por detrás de mu cabeza;
la ayudé a levantarse y, dificultosamente, logramos pararnos y subir las
escaleras hasta nuestro departamento.
Volví a recostarla y en menos de dos segundos,
ya había caído en un profundo sueño.
Volví a sostenerme con la pared (más bien con
la puerta), y lentamente, fui echándome hacia el suelo, un poco más tibio que
el de la entrada al edificio.
Con la cabeza entre las rodillas y los dedos
atravesando cada mechón de pelo, despeinándome, respiré unas cuantas veces más.
No debía dejar que las lágrimas volvieran a tomar el control. Tenía que
controlar la situación, de otro modo, nadie lo haría.
Apagué las luces, dejé mi celular en la mesa de
noche junto a mi cama y salí por la ventana.
Llegué a la terraza y, aprovechando que nadie
me veía, dejé escapar un grito ahogado, seguido de llanto desesperado. No me
importaba, mi abuela ya no me veía u oía, podía dejar que todas las tensiones
se soltaran.
Corrí hasta la escalera que me conduciría al
departamento de Charlie y rogué que él siguiera esperándome. Estaba llegado una
hora y media mas tarde de lo que siempre hacia, ojala él siguiera despierto.
Golpeé tres veces la ventana y, algo
somnoliento, él apareció tras el cristal. Sus ojos azules se abrieron de par en
par al verme en aquel estado. Estaba despeinada, no me había bañado luego del
gimnasio, tenía ojeras y ojos rojos (producto del llanto) y, respiraba
agitadamente por la corrida que había hecho desde mi departamento.
-
¿qué sucede?-. preguntó, al abrir la ventana,
se veía preocupado puesto que verme de esa forma era inusual en nosotros-.
April, cuéntame.
Extendí mis brazos, con más y más lagrimas que
caían en mis mejillas. Charlie me tomó de la cadera y me ayudó a pasar mis pies
sobre el vidrio abierto.
Tomó mi cabeza, me miró a los ojos llenos de
lágrimas de un modo tan paternal que jamás había experimentado en otra persona,
llevó mi rostro a su pecho y, mientras yo lo abrazaba, él me rodeó con sus
brazos.
No entendía que sucedía conmigo misma, porqué
estaba así de indefensa, pero al mismo tiempo, me gustaba sentirme contenida
por alguien de una vez por todas. Hacia tanto tiempo que nadie me abrazaba, o
me hacía sentir querida. Porque, en cierta forma, Julianna se encargaba de mí,
pero no era lo que se esperaba del término “afecto”. Ella me daba hogar, comida
y, la vida normal de cualquier adolescente de Hamilton Heights, pero lo que
realmente necesitaba, solo una persona lograba brindármelo y por eso era mi mejor
amigo, Charlie.
Ambos nos sentamos en el sofá, mientras él
preparaba un poco de jugo de naranja que podamos beber, sería mejor para
terminar con mis ahogos entre sollozo y sollozo.
-
No comprendo por qué sigues haciendo lo que Pam
quiere-. Me tendió el brazo con el vaso de jugo y se sentó a mi lado-. De esta
forma, ella seguirá controlando la vida de ustedes.
-
Del mismo modo que tú sigues viviendo con tus
padres-. Respondí, con mi cabeza apoyada en el respaldo del sofá, se me partía
en dos cada vez que lloraba-. Es mi familia, no puedo dejarla sola.
-
Tarde o temprano me iré, ellos lo saben-. Me
miró fijamente, esperaba que yo hablara de una buena vez-. Pero, estamos
hablando de tu vida, debes decidir que harás porque no tenemos todo el tiempo
del mundo… Julianna y Pam saben eso y sería bueno que también lo aceptes.
-
No puedo Charlie, aun no sé qué es lo que
haré-. Puse los ojos en blanco, hacía tiempo que veníamos hablando de lo
mismo-. No tengo ni plan A o plan B, estoy varada y ni siquiera sé a dónde ir.
Lo que él planteaba era cierto, la secundaria
se estaba terminando y ya estábamos en nuestro último año; se suponía que
debíamos tener un plan, una salida, pero yo no la tenía. Jamás había solicitado
para ninguna universidad y, ni siquiera hablar de una carrera; yo estaba en una
especie de mundo paralelo, en el que vivía desde hacía muchos años.
Pero, además, era cierto que irme de mi casa no
sería sencillo. Ser admitida en un colegio iba a ser complicadísimo, y dudaba
si quería asistir a uno. Independizarme no era una decisión fácil, no quería
que Julianna se quedara sola, lidiando con Pam.
-
Bueno, sé que algún modo puede haber-. Dijo,
volviendo a abrazarme, mientras veíamos un maratón de Tom y Jerry.
-
Lo hay-. No podía creer que la idea no se me
ocurriera antes-. Buscaré a Terry, si esta o estuvo vivo, seguramente dejó algo
y si yo soy su hija, tengo derecho de saber todo.
-
No es a lo que me refería-. Abrió los ojos
grandes y me miró claramente-. Sabes que hablaba de otra cosa.
-
Charlie, piénsalo-. Las sonrisas volvían a
dibujarse en mi rostro-. Si averiguo las cosas sobre Terry, entenderé porque
vivimos con su ausencia cada día, o podré ver si puedo irme a otro lugar, tal
vez tuvo casas o sigue vivo y… tiene propiedades.
-
April, abre los ojos-. Me miró, sabía que intentaba
convencerme-. El hombre te abandonó, a ti y a tu madre, no se ganó el derecho
de llamarse “padre”, tampoco tiene porque darse el lujo de ser buscado, de
ocupar cada segundo de tu mente y de tener un recuerdo que te atormente todo el
tiempo.
No me importaba lo que Charlie creyera, yo
quería encontrarlo. Saber que había sucedido durante tantos años, tal vez
estaba vivo. Yo solo quería que todo terminara, que la nueva etapa comenzara de
una buena vez, estaba muy cansada de mi aburrida rutina cuidando a Pam y sus
problemas. Era tiempo de ocuparme de mí, hacer que la historia de Terry
terminara.
-
Sabes que es lo que quiero Charlie-. Reproché,
necesitaba que él me creyera-. Y, sabes que no me rendiré… es lo que quiero.
-
No conozco a nadie más obstinado, no me parece
la mejor opción ciertamente-. Puso los ojos en blanco y me regresó la mirada-.
De acuerdo, te ayudaré.
Era suficiente para mí. Solo me hacía falta
alguien que me apoyara, ni siquiera necesitaba hacer algo (bueno, si también
buscaba no iba a enojarme), pero al fin de cuentas, yo solo quería que él no me
creyera una completa lunática.
La mañana siguiente, desperté en el sofá de los
Power. A mi lado estaba Charlie, recostado en un colchón tirado en el piso.
Observé un reloj en la pared y descubrí que eran las cinco, sus padres
despertarían en cualquier momento y sería mejor que no me encontraran allí.
-
Charlie-. Susurré, sacudiendo su brazo de
costado-. Charlie, despierta.
-
Hmm, ¿qué sucede?-. murmuró, intentando
despertarse-. ¿qué hora es?
La noche anterior, me había quedado dormida
entre sollozos y comentarios. Lo último que recordaba era estar recostada junto
a Charlie, mientras el pasaba sus dedos por todo el largo de mi pelo. Adoraba
que hiciera eso, sin mencionar que él era el mejor contenedor de lágrimas del
mundo. Supuse, que al quedarme dormida, se había llevado aquel colchón junto a mí puesto que
era normal que el sueño se apoderara de mi razón en aquel departamento. Como si
todos los problemas desaparecieran, como si me sintiera segura.
Ayudé a Charlie a devolver aquel trozo de tela
esponjoso a su cuarto, justo debajo de la cama (donde pertenecía
originalmente). Aunque él se negó, me quedé hasta que todo quedó en su lugar,
no quería que la señora o el señor Power supieran que estaba allí.
Salí por la ventana, prometiéndola a Charlie
que lo llamaría o acudiría en su ayuda en caso de tener otra especie de
“crisis”.
Regresé a mi cuarto, con el frio y las nubes
sobre mí. Otra vez mas, el día estaba lluvioso y al parecer, ya había habido
algún aguacero, puesto que todo estaba
húmedo y con señales de agua.
Mi cuarto estaba especialmente helado, al tener
la puerta cerrada durante toda la noche, el calor de la estufa del pasillo no
había atravesado la pared y el frio se había propagado por todos los rincones
de aquellas cuatro pequeñas paredes.
Intenté dormirme por unos quince minutos, pero
no era buena intentándolo y, mucho menos, pretendiendo que dormía. Salí de la
cama y me puse mis pantuflas, en menos de lo que me imaginaba, Julianna se
despertaría y la rutina volvería a invadirnos.
En el sofá encontré a Pam, perfectamente
dormida y con grandes ojeras bajo sus ojos cerrados. Aunque había dormido toda
la noche, no parecía que lo haya hecho bien. Comenzaba a creer que los
atracones que Pam se daba con alcohol, eran más y más normales en nuestras
vidas, como si poco a poco, nos acostumbráramos a ellas.
Me encerré en el baño y deje que el agua de la
ducha comenzara a caer. El calor entibiaba mi piel, mi cuerpo entero. Con el
invierno, me ponía mas pálida, me sentía pesada y con ganas de estar en mi casa
todo el tiempo. Sin embargo, no me importaban esas cosas, las ganas de recorrer
el barrio, andar, caminar y ver el mundo eran muchísimo más fuertes que
cualquier pereza de la que fuese capaz.
Me terminé de duchar y luego fui con una bata
puesta hasta mi cuarto. El calor ya se había infiltrado, el departamento era
tan pequeño que se calentaba inmediatamente. Me paré frete a mi pequeño armario
de madera y, aunque era bastante coqueta, me gustaba tener un estilo informal,
para demostrar parte de mi personalidad. Resaltar en mi instituto era
complicado, dadas las peleas y enfrentamientos, pero cada uno teníamos una
forma distinta de demostrar como éramos realmente.
Al final, terminé con unos pantalones de jean
ajustados azul clarito y un buzo con capucha y botones en la parte de los
bolsillos color blanco con un estampado interno de flores de colores.
En los pies, me puse mis típicas zapatillas de
lona azules y dejé mi pelo suelto, apenas enganchado con unas hebillas
invisibles para no tenerlo en la cara.
Frente a mi cama había un pequeño espejo, me
miré en él y me decepcione al ver que tenia los mismos rasgos que Pam. El pelo
negro, brillante y sedoso, pero eternamente negro, las cejas delgadas que daban
un perfecto contorno en mis ojos y, unas pupilas grises; bien grises, que se
podían definir del blanco que las rodeaba gracias a una fina línea casi negra
en el borde, según Charlie, eran los ojos más extraños y hermosos que jamás
había visto (y esos que los suyos no pasaban desapercibidos). Por último,
estaba mi boca; no muy grande ni llamativa, apenas resaltante frente a unos
ojos tan claros. No tenía mucho color, un ligero tono similar al de mi piel,
tampoco era gruesa o fina, simplemente normal. Y, haciendo un marco a todo eso,
estaban mis mejillas, las cuales tampoco eran muy llamativas.
Entonces, ahí quedaba todo: mi rostro era la
viva imagen que mi madre había tenido alguna vez y, tal vez, por eso nos
llevábamos tan mal. Yo le recordaba constantemente a ese amor que alguna vez
había sentido por Terry y que aun creía sentir. Por otro lado, yo odiaba que me
rechazara de esa manera, aunque ahora sabía como controlarlo, puesto que en los
primeros años me había costado muchísimo aceptar como se daban los hechos.
No me maquille ni nada, eso sonaría aun más
parecido a Pam. Simplemente, observé mi reflejo frente a ese diminuto espejo. A
veces deseaba parecerme a Terry, a pesar de todo lo que me había hecho, sentía
que su acto había sido menos doloroso que el ver a Pam día tras día, ebria, sin
control y como una completa desquiciada.
Entonces, la idea de buscarlo regresó a mi
mente. Estaba segura de lo que quería hacer, las intimidaciones no me
asustaban. Lo que realmente me daba miedo, era el resultado, descubrir algo que
no quisiera saber, aunque en realidad, no sabía si quería o no saber algo.
En fin, no me importaba eso, en todo caso
lograría descubrirlo en el momento adecuado. Fue entonces, cuando descubrí que
Pam se había despertado y que tenía que atenderla, ya no quería hacer eso.
Salí de mi cuarto y la ayude que el desayuno,
una buena taza de café caliente que la despertara. Decidida a intentar cambiar
esa realidad, que aquella fuera una de las últimas veces que yo tuviese que hacer
una cosa como esa.
Pam me pidió que le diera algo dulce de comer,
con una voz algo ronca y cortada. Serví el café en una taza azul y luego tomé
de la alacena unas galletas de chocolate que seguramente le gustarían. Dejé
todo frete a ella en la mesa del pequeño comedor y regresé a la cocina para
preparar lo que nos correspondían a Julianna, que se estaba duchando, y a mí.
Serví un poco mas de café en otra taza de color blanco y junto a ella, sobre la
mesa, dejé un tazón de cereales que mi abuela insistía en ingerir, los cuales
solo había visto comerlos a Rupert el
día de mi cumpleaños número dieciocho.
Luego, cuando todo estaba listo, como siempre
preparé mi propio desayuno. Me gustaba dejarlo para el final, así me aseguraba
que nada le faltaba a Julianna o Pam. Serví un poco de leche fría en un vaso y
otro poco de jugo de naranja en otro, luego me serví unos tres bollos de queso
salados en un plato y los calenté en el microondas unos segundos. Las cosas
dulces no me gustaban, mucho menos en el desayuno, por lo tanto siempre ingería
algún bocado salado o unas deliciosas galletas de mantequilla de maní que
Charlie me había enseñado a hacer cuando teníamos diez años (obviamente, solo
las preparábamos en ocasiones especiales, muy especiales, y siempre me habían
salido muy bien, mejor que a él puesto que la cocina se me daba
fenomenalmente).
Termine de recalentar los bollos y me senté a
comer junto a Pam que miraba un punto fijo de la pared mientras masticaba
algunas de sus galletas. Observarla me resultaba tan interesante, sus ojos
perdidos y asustados, como si fuera una nena que no encuentra a su madre en el
supermercado. Me había pasado muchas veces, pero siempre terminaba saliendo y
yendo a casa de Charlie en lugar de continuar buscando a Pam, pese a que la
ciudad era grande, siempre encontraba una forma de llegar a su departamento
gracias al metro o los autobuses.
Al final, terminé despidiéndome de Julianna que
partía rumbo al hotel con su bolso guardando el uniforme y el pelo atado en una
cola de caballo no muy alta.
Me quedé con Pam, solas. Esperando que se
hiciera la hora de llevarla a su casa o algo así.
Al descubrir que en el exterior llovía, maldije
a todo el universo. No me agradaba usar ese tipo de vocabulario, pero realmente
no tenía demasiado dinero para un taxi, por supuesto que Pam tampoco; y no
pensaba recorrer medio barrio en metro o colectivo con mi madre tomada de mi
brazo, haciendo una demostración pública. Por supuesto que no.
Le envié a Charlie un mensaje preguntándole si
tenia tiempo de llevarme a casa de Pam y, afortunadamente, su respuesta no
tardó en llegar.
“Estoy en quince” leí en la pantalla de mi
celular y corrí hacia mi cuarto para busca mis cosas. La noche anterior, antes
de ir a casa de Charlie, había dejado el brazalete de Terry sobre la mesa de
noche; al verla ahora, la tomé y la até en mi muñeca, esperaba que me sirviese
como “señal” a la hora de investigar que había sucedido con él.
Le grité a Pam que se preparara, pero cuando oí
el timbre que sonaba en la puerta del departamento, supe que Charlie ya había
llegado y que ella seguía sentada, en trance, mirando el mismo punto fijo. ¿Qué
demonios le sucedía últimamente?
“Rayos Pam” pensé para mis adentros, pero no lo
dije, prefería dejar los conflictos de lado porque ya había tenido suficiente en
las últimas semanas.
-
¿vamos ya?-. preguntó Charlie cuando logré
abrir la puerta con toda la ropa de Pam en mis manos.
-
Un segundo.
-
April, su departamento no queda demasiado
cerca-. Reprochó, ayudándome a recoger todo del sofá-. Hola Pam.
Ella no respondía. Era extraño que se
comportara de esa forma, pero supuse que todo se debía a la fuerte resaca que
estaba sufriendo. Estaba decidido, no me importaba si llegaba a tiempo o no a
su maldito empleo, la dejaría en su casa y que la suerte se apiadara de su
sentido común.
Charlie la ayudó a levantarse mientras yo
guardaba todo en un bolso para dejarlo en el departamento de Pam. Comenzaron a
bajar las escaleras y luego de cerrar todo, fui tras ellos.
Nosotros siempre habíamos creído que nuestra
vida no era normal, a pesar de vivir como cualquier otro, nos creíamos adultos.
Pero hacía tiempo que comprendía que aquello era cierto, nosotros vivíamos como
adultos, excepto que en lugar de trabajar, asistíamos al instituto (lo cual no
era tan diferente), pero en el interior, en lo más profundo de nuestras mentes,
deseábamos vivir como realmente debíamos. Nuestras almas eran las que nos
correspondían, las de unos simples chicos de dieciocho y diecinueve años, que a
comparación de muchos otros, habíamos vivido experiencias o nos habíamos
encargado de asuntos que sobrepasaban nuestros límites. Uno de ellos, era justo
este.
Subimos en la camioneta, con Pam en medio de
nosotros y la música a todo volumen. A Charlie le gustaba la música vieja, las
bandas como Pink Floyd o baladas de las que escuchaban nuestros padres en su
juventud. Dadas las circunstancias, la melodía era tranquila, algo sobre un
amor perdido, al parecer relajaba a Pam, haciéndola parecer una persona normal.
Llegamos al departamento y, extrañamente al salir
volví a sentir la horrible idea de ser seguida, pero luego Charlie y el ruido
de su máquina de conducir me regresaron a la realidad.
Llevé a Pam hasta su departamento y la dejé,
sentada en su cama, logrando sacar de sus labios un simple “si” cuando le pedí
que fuera al trabajo luego de bañarse.
Al salir, observé a la calle, llena de autos y
colectivos que pasaban uno tras otro. En la vereda del frente, estaba
estacionado un auto blanco que me parecía conocido, pero no presté mucha
atención al escuchar la bocina de Charlie apresurándome. Uno de sus defectos,
los cuales no todo el mundo notaba, en su camioneta mandaba él, decidía los
tiempos él y, no se podía objetar. Su ley máxima y principal a la hora de
pedirle prestada una de sus posesiones más preciadas, tal vez la única.
Subí al asiento del acompañante y comenzamos a conducir rumbo al
instituto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario