No todo se olvida.
Al despertar, julianna ya se había ido a
trabajar y yo estaba sola en la casa. Apenas había dormido dos horas y media,
pero me sentía fresca como una lechuga y tenía grandes ganas de salir a correr.
Lamentablemente, la escuela me llamaba y como ya había faltado el día anterior,
debía asistir de cualquier manera.
Me di una ducha y me vestí con unos jeans, un
buzo con capucha rojo y unas zapatillas de lona blancas. Al verme en el espejo
nuevamente, descubrí que tenía la misma cara de Pam en sus días de resaca.
Odiaba parecerme a ella, aunque mi padre me
había abandonado, siempre había deseado ser cómo él. Pero, en cambio, tenía el
mismo pelo negro y brillante que Pam, incluyendo los suaves rulos en las
puntas. También, teníamos los mismos ojos grises casi transparentes, con un
contorno de pestañas no muy largas. Y, para empeorar todo, el color de la piel
era igual de aceitunado, como si estuviese levemente bronceado. Hasta la forma
de los labios era la misma, el superior más fino que el inferior y no muy
rojos, apenas algo rosados.
Con un poco de crema para peinar y unas
hebillas rojas tomando dos mechones de pelo, logré diferenciarme un poco. Me
daba vergüenza caminar por la calle y que todo el mundo supiese que era hija de
una mujer que había estado con hombres casados o, que incluso, había separado
matrimonios.
Nunca le había preguntado por qué se comportaba
de esa forma, pero Julianna siempre decía que era culpa de mi padre, por
haberse ido sin dejar rastro, por haber dejado que se lo trague la tierra.
Según ella, Pam se había quedado con una sola idea fija en la cabeza: no volver
a sufrir a causa de un hombre. Aunque me parecía una completa ridiculez usarlos
de la forma en que ella lo hacía, estaba mal ir por la vida probando con cual
te quedarías y con cual no, sin importar los sentimientos de los demás. Por eso
yo nunca había dejado que un chico me enamorara de la forma en que Terry lo había
hecho con mi madre.
Desayuné con un poco de café sin importarme lo
que Charlie decía: “si sigues tomando café, dormirás muchísimo menos”. Me
parecían completas pavadas, yo adoraba el café.
Tomé mi mochila negra con mariposas turquesas,
la colgué en mis hombros y Salí hacia la calle rumbo al instituto. Yo asistía a
una vieja escuela pública a la que, seguramente, todos los abuelos que habían
vivido en Hamilton Heights en su adolescencia, también habían asistido.
El edificio de la escuela secundaria Hamilton
no era muy diferente a los demás edificios del barrio. Tenía unos cuatro pisos,
muchas ventanas de madera, paredes de ladrillo con humedad y pintura de la
época de la colonización, una enorme puerta en el medio de la cuadra que
abarcaba y un inmenso cartel con las palabras “Preparatoria Hamilton” gravadas
en él. Aunque, a su alrededor había unas cuantas groserías escritas por alumnos
con un poco de aerosol en las mochilas. Algunas insultaban al director Bulldog (el
apellido le iba al pelo con su rostro) y otros, como era de esperarse,
insultaban al peor profesor de toda la escuela, el señor López (un viejo
instructor de matemáticas) los últimos cinco años había sido mi peor pesadilla,
desde que había ingresado al instituto lo había tenido como profesor y me había
hecho la vida imposible. Como mínimo me había mandado a castigo unas cincuenta
veces, lo odiaba y él me odiaba a mí, junto con unos cuantos alumnos más.
La mayoría de los alumnos se ganaban sus
castigos por bromear sobre su descendencia latina, pero mi problema era algo
más personal, él siempre encontraba la forma de ver que era lo que hacía mal y,
como era previsto, suspendía su materia cada año y el hecho de aprobarla me
requería el mayor esfuerzo que jamás había experimentado.
Al entrar, me encontré con Charlie sentado en
los escalones de la entrada junto con otros compañeros que, como no se les
permitía fumar en el interior, se quedaban haciéndolo afuera para provocar a
Bulldog y para no conseguir más castigos de los que tenían. Digamos que la
disciplina era muy complicada de lograr en aquella institución y que los
alumnos éramos de esos con los que el mundo ya se había rendido. Muy pocos eran
los que se graduaban con honores, o los que llevaban a la escuela a algún tipo
de competencia matemática o deportiva, Bulldog hacía años que intentaba sacarla
adelante, pero digamos que el material (ósea nosotros) éramos muy complicados
y, aquel agujero negro (como Charlie y yo lo llamábamos) había caído en la
perdición muchos años antes de la entrada de Bulldog como director.
-
Te ves terrible-. Le comenté a Charlie mientras
caminábamos rumbo a la clase de López.
-
Comienzan a hacer efecto las noches de
desvelo-. Respondió refregándose los ojos-. Mamá piensa que esto está
arruinando mi vida y que debo purificarme, esas pavadas que solo se le ocurren
a ella.
-
Seguro me culpa a mí-. Gruñí, odiaba a la
señora Power aunque intentaba caerle bien-. Simplemente porque mi madre es un
desastre.
-
No le hagas caso, mis padres no quieren a
nadie.
Entramos en el aula y como siempre, encontramos
los bancos desordenados y los treinta alumnos que asistían haciendo barullo
como en una cancha de futbol. Había mesas sobre dos o tres sillas y papeles
esparcidos por el suelo. En un rincón estaba una pareja de novios apartados en
su mundo de felicidad y en el otro extremo, unos chicos a punto de agarrarse de
los pelos quien sabe porqué.
El profesor entro en el curso y todo el mundo
quedó en plan “aquí no pasa nada”. Los novios se separaron y no dejaron que
López los viera abrazados; los otros dos, se separaron de tal manera que si lo
hubiesen hecho con solo un poco más de fuerza, quedarían incrustados cada uno
en paredes opuestas, uno frente al otro.
Me senté en la fila de pupitres contra la
ventana, y como siempre, Charlie se quedó tras de mí. Los chicos que se
peleaban, se sentaron en nuestros extremos y, para que la pelea no quede en la
nada, comenzaron a insultarse por lo bajo pretendiendo que nadie los escuchaba.
Más tarde, siguieron tirándose bolitas de papel
que me resultaban asquerosas y, cuando Charlie les dijo que estaba comenzando a
molestarse, ellos siguieron con bolas de papel cada vez más grandes.
Para el final de la hora, era obvio que los
primeros dos peleadores se agarrarían de los pelos con Charlie por haberlos
callado.
Siempre había creído que nuestro instituto era
más como un zoológico lleno de felinos que competían por la dominancia, que un
centro de educación épico.
-
Hazme un favor y no les sigas la corriente-. Le
pedí cuando comenzamos a juntar nuestras cosas para salir al recreo-. No valen
la pena unos fracasados como esos.
-
¿Cuándo me has visto perder el control?-. lo
miré y se defendió con las manos-. No la instigaré, pero que no se me acerquen.
Charlie era muy temperamental y siempre supe
que la escuela no le gustaba porqué el estaba sobre todo aquello. Era muy
inteligente y capaz, pero el mundo en el que vivíamos no le dejaba expresar
todo su potencial. Y, lo que hacía que las cosas fuesen más difíciles, era que
tenía un carácter especial y particular; se enojaba con facilidad, no soportaba
a los mediocres y tenia bien claro que era lo que él quería. No le importaba lo
que los demás pensaran y, para las chicas, era el galán perfecto
(exceptuándome, claro está).
Tenía unos hermosos rulos dorados algo
despeinados, ojos azules como el océano y estilo propio, no se dejaba
manipular, sin mencionar que su toque de rebeldía volvía loca a mas de una.
Muchas chicas en el instituto me odiaban por ser su mejor amiga, muchas otras
me creían una idiota por no haberme enamorado de él y, muchísimas más, creían
que en secreto éramos pareja o que estábamos de vez en cuando. Sin embargo,
todas estaban muy equivocadas; yo era su mejor amiga porque nos entendíamos a
la perfección pero no nos habíamos enamorado porque ninguno de los dos creía en
esas cursilerías, por mi parte nada me parecía bien y, por su parte, aun no
encontraba una compañera que lo acompañara. Había tenido novias, claro que sí,
pero ninguna lo suficientemente seria para que él sentara cabeza.
Salimos al corredor y la jungla apareció frente
a nosotros. La cantidad de gente, de gritos y de peleas era increíble, pero
como nosotros estábamos acostumbrados a ellas, simplemente nos dignamos a
esquivar golpes, caminar con la vista al frente y, en lo posible, no establecer
contacto visual porque eso ya significaba un rumor de una nueva enemistad.
Lamentablemente, no cruzar miradas en un mundo de gente como aquel era
completamente imposible, por lo tanto, Charlie y yo ya teníamos unos cuantos
rumores. Había que ser ermitaño, antisocial o una persona muy temible para no
tener absolutamente ni un solo rumor de odio, enemistad o enfrentamientos a la
salida sin que te hayas enterado.
Abrí la puerta de mi casillero y Charlie siguió
hasta la suya para cambiar sus pocos libros, hojas o cuadernillo, lo que fuese
que se haya decidido a llevar aquel día. Cambie todo lo que necesitaba y, como
la escuela estaba especialmente llena, dejé todo dentro para pasar a recogerlo
al final del periodo libre.
Junto a mí, apareció Margaret “Maggie” Parker,
mi vecina de casillero. Era la típica chica misteriosa que todos quieren
conocer, pelirroja de pelo largo y lacio, ojos verdes, grandes y llamativos,
labios marcados y rojos y piel de porcelana.
Hacía tiempo que nos conocíamos y, para ser
sincera, nos odiábamos. Nunca supe el motivo de nuestra enemistad, no lo
recordaba y no quería hacerlo, algunos decían que ella se había metido con
alguno de mis pocos novios o yo con alguno de sus muchos novios. Otros decían
que nos habíamos peleado a la salida de la clase de gimnasia por un simple
rumor, de esos que se iniciaban solo con hacer contacto visual. Ninguno de los
motivos me agradaba, pero su ego me molestaba muchísimo. Para describir todo,
el hecho de tenerla respirando junto a mí no me gustaba y, mucho menos, cuando
se acercaba a hablarme como si todo estuviese normal, cuando en realidad no nos
soportábamos.
-
¿sabes que ha pasado con la pelea en la clase
de matemáticas?-. preguntó, con una sonrisita tonta que tampoco me agradaba-.
Supe que tu novio estuvo involucrado.
-
Primero, Charlie no es mi novio-. Otro de sus
defectos era su necesidad de saber cada chisme y lo peor, siempre me los pedía
a mí, como si yo estuviese involucrada en cada uno de ellos-. Y no me interesa
lo que sucedió en la pelea.
-
Les dije a mis amigas que no era novio tuyo-.
Volvió a sonreír, en modo triunfal-. Pero ellas insistían, son muy ingenuas, él
es muy codiciado para alguien tan normal.
-
¿de qué demonios estás hablando?
Maggie iba a contestar, pero mi pregunta había
sonado muy alto y todos estaban volteando para ver quien se peleaba esta vez.
Ya me imaginaba a todos rodeándonos, mientras nosotras nos arrancábamos los
pelos y arañábamos nuestros rostros como leonas salvajes. Miré a Maggie, para
asegurarle y dejarle bien claro que no me importaba lo que ella pensaba sobre
mí, pero en mi interior quería gritarle unas cuantas cositas. Di media vuelta y
me fui hacia el casillero de Charlie, seguramente los presentes en nuestro
encuentro correrían el rumor que a la salida ella y yo nos pelearíamos, pero lo
último que necesitaba ahora era una suspensión por pelea, mi lista de faltas o
mi urgente necesidad de notas estaban en peligro.
Cuando llegué a mi destino, encontré a Charlie
con sus brazos fuertemente prendidos a la camiseta del chico que estaba frente
a mí en la clase del profesor López. El griterío era muy fuerte, por parte de
los presentes y del chico entre el puño y la pared. Por otro lado estaba Charlie,
con su brazo alto y firme para lanzar el primer golpe, aunque yo sabía que
estaba intentando aguantar, pero su contrincante se lo ponía muy difícil, era
un completo inadaptado que peleaba, mínimo, tres veces al día con personas
diferentes por el simple hecho de pasar caminando junto a él.
-
¡Charlie!-. corrí hasta él-. Déjalo, es un
idiota.
-
Hazle caso a la chica, es más inteligente de lo
que parece-. Acotó el infeliz y dejó caer la última gota que cavia en el vaso.
Charlie se enfureció y le propinó un golpe en
la nariz. El chico se encogió en sí mismo sujetándose y maldiciéndonos a los
dos.
El otro que hacia menos de una hora lo habría
matado, se metió en el circulo de gente que nos rodeaba, y al vernos “golpeando
a su amigo”, corrió a defenderlo y, de un solo movimiento, golpeó a Charlie en
el pómulo derecho. De un instante al otro, era un golpe que iba y otro que venía,
y yo que me preguntaba ¿Quién rayos me había obligado a estar justo en el
medio?
-
Tendrías que haberle hecho caso a la muñequita
esa-. Gritó el de la nariz sangrante y se abalanzó sobre Charlie mientras el
otro le golpeaba el estomago.
Entonces yo me volví una fiera y, gritándole
que se arrepintiera, me lancé sobre su espalda y me prendí de ella como una
garrapata. De un salto, me enganché con piernas y brazos del idiota de la nariz
y comencé a golpearlo en el hombro, aunque no parecía hacerle demasiado daño.
Entre el barullo, los gritos nuestros y los de
los “animadores”, resaltó un gran vozarrón. A través de la multitud, apareció
el profesor López, haciéndose un espacio para ver que sucedía.
El chico que golpeaba a Charlie quedó con el
brazo levantado, con un golpe a medio terminar y yo, ni siquiera tuve tiempo de
bajarme de la espalda del de la nariz rota.
-
¿Qué demonios está sucediendo aquí?-. preguntó
con ojos de enfado y una mirada posada en mí-. Ahora comprendo todo.
No pude evitar sentirme identificada con
aquella frase. Las miradas eran frías y bien marcadas, primero a mí, luego a
Charlie, luego a su oponente y, por último, al de la nariz sangrante.
De a poco, la multitud se fue desvaneciendo,
cada alumno hacía sus cosas para pasar desapercibidos y evitar que López los
enganchara a ellos también.
-
Ustedes-. Señaló a los dos chicos que se habían
peleado con nosotros-. A la dirección, el director dirá que castigo tendrán.
Los chicos dieron media vuelta y comenzaron a
caminar rumbo a la dirección. Muchos desconfiarían acerca del verdadero rumbo
que iban a tomar o creerían que se escaparían del instituto. Sin embargo, el
profesor López no era tonto, no había nada que se le escapara y si era
necesario, correría para atraparlos y llevarlos a sus respectivos castigos.
-
Señor Power, suspendido un día-. Gruñó y
Charlie puso sus ojos en blanco-. No haga caras o le agrego días, tome sus
cosas y salga del establecimiento.
-
Te espero en la escalera a la salida-. Murmuró
y se dirigió a su casillero para tomar las llaves de la camioneta e irse.
-
En cuanto a usted Austin, este año me ha
causado muchos problemas-. Me miro de reojo y se cruzó de brazos, como era de
esperarse, yo me hice la valiente y lo imité-. Dos semanas en castigo después
de clases, comenzando hoy, me he enterado que las últimas veces no lo hizo por
lo tanto espero que me haga caso o las consecuencias abarcaran en la expulsión.
Resoplé justo frente a la cara de López y, al
oír el sonido de la campana, ingrese en mi nueva clase. Adoraba molestar a
López, era una especie de rutina entre nosotros, una forma de no terminar
explotando y agarrándonos de los pelos como mis compañeros de instituto.
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