Sinopsis

April Austin no lo ha tenido facil.
Su padre se fue, su madre es alcoholica y vive en un barrio con poco futuro. Sin embargo tiene a Charlie Power, su mejor amigos desde siempre, quien la apoya incondicionalmente.
Pero desde que él sale con Maggie Parker, April se ve en necesitad de un nuevo hombro donde poder descansar.
Entonces aparece Eric Taylor, el guapo y misterioso chico del salon de castigos.
Secretos de la desaparicion de su padre y lecciones de amor irán apareciendo en esta historia.
¿Podrá April vencer los temores de su pasado? ¿Podrá descubrir que sucedio la noche de su quinto cumpleaños? ¿Podrá creer nuevamente en el amor?


domingo, 2 de septiembre de 2012

Capitulo 2


April Austin.
El aire que quedaba en mis pulmones estaba desapareciendo y la presión del agua sobre mí comenzaba a dolerme. Realice un pequeño salto con mis pies y en unos pocos segundos ya estaba en la superficie de la piscina.
Eran casi las siete y la hora de la cena ya había pasado en mi casa, pero no pensaba apurarme. El gimnasio me encantaba, con las piletas climatizadas, las clases de aerobics, las maquinas de fuerzas o, lo que Charlie odiaba, el kick-boxing.
Salí del agua y tomé mi toalla azul, no tenia frio aunque afuera estaba helando, el salón era completamente calentito y a esa hora estaba casi completamente vacío.
Por la enorme puerta de vidrio apareció Charlie, un poco transpirado por culpa de la caminadora eléctrica. Por lo general, los jueves se encargaba de correr, todo según su rutina diaria.
-      ¿carrera hasta el final?-. preguntó, quitándose la sudadera, siempre que pasaba por mí hacíamos una pequeña carrera de cien metros en la piscina y yo siempre ganaba.
Tiré mi toalla a un lado y a la cuenta de tres ambos nos zambullimos, cada uno en su carril.
Adoraba hacer deportes, había muy pocos que yo no hubiese probado alguna vez, pero la natación era mi favorito, con el que me sentía más viva.
Comencé a bracear y patalear muy rápidamente, en menos de cinco segundos, le había sacado varios metros de distancia a mi oponente. Charlie había ganado competencias de natación y carreras de atletismo, pero nunca lograba ganarme a mí, ni siquiera una vez en todos nuestros años de amistad. Aunque las carreras en las que participábamos eran locales (nada importante) él odiaba perder y cuando era contra mí, una chica que ante cualquier problema parecía indefensa, se enfurecía consigo mismo.
Llegué a la meta antes que él, como siempre, y al verme fuera frunció el seño.
-      Esta vez intenté darte ventaja-. Me defendí, aunque en mi interior disfrutaba muchísimo de mis victorias, eran las pocas cosas que lograba en la vida-. Pero no puedo evitar ser buena en cada cosa que hago.
-      Agradece que somos amigos-. Gruñó, Charlie odiaba perder-. ¿te llevo a casa?
-      Seguro.
Corrí al cambiador y me puse mis pantalones de gimnasia negros, una camiseta blanca y un enorme buzo azul junto a mis zapatillas de lona rojas.
Con mi pelo mojado intentando secarse, guardé todo en mi bolso deportivo y regresé con Charlie que me esperaba en la recepción del gimnasio.
En el subsuelo, estaba la camioneta de él, una chevrolet c-10 modelo 1995 color azul. Como Charlie era mecánico, o mejor dicho ayudaba en un taller mecánico, intentaba mantenerla de la mejor manera posible pero aquella vieja máquina ya estaba lejos de mantenerse “en forma”.
Subí en el asiento del acompañante y salimos a la luz de la noche una vez más. Todas las semanas era lo mismo, ir a nadar, correr, estirar, ejercitar o hacer algún tipo de deporte para regresar a casa exhaustos.
Los jueves, en especial, el trafico de Manhattan era insoportable y algo que irritaba a Charlie mucho más de lo normal. Era común escucharlo maldecir por culpa de otros conductores igual de apurados que él y digamos que su mal humor por haber perdido contra mí empeoraba todo.
Ambos vivíamos en un barrio de clase media-baja en la isla de Manhattan, Hamilton Heights. También, vivíamos casi en la misma casa, sólo que él estaba al otro lado de una enorme manzana. Todas las noches, yo salía por la escalerita que estaba junto al balcón de mi cuarto y subiendo por el costado hasta la terraza, caminaba por el medio de los techos del edificio, hasta llegar a la ventana del living del departamento de Charlie y quedarnos viendo caricaturas hasta la madrugada.
Al cabo de una hora, ya habíamos llegado a mi edificio, una estructura de ladrillo, alta y de color beige, algo gastado y con humedad. Se entraba por la punta de la esquina y hacia los costados salían cinco columnas de ventanas con filas, filas y más filas que llegaban a la mitad de la cuadra y, desde allí, seguía otro edificio.
-      ¿Cuáles son los planes para esta noche?
-      Nada importante, Julianna preparó una cena algo estrafalaria y Pam me presentará a su nuevo novio.
-      ¿tienes hasta tarde?-. preguntó mientras salía de la camioneta-. Hoy es el especial de Tom y Jerry.
-      No empieces sin mí-. Bromeé-. Adiós.
Abrí la puerta del corredor principal y me topé con nuestra vecina de arriba, la señora Bennett, una solitaria ama de casa, amante de la ciencia y los libros. Era unos centímetros más baja que yo y aunque su cuerpo era extremadamente delgado, los disimulaba con la suave joroba que tenía en la espalda y unas cuantas ropas holgadas.
La salude y ella me dirigió un gruñido habitual, no tenía el mejor carácter del mundo. Comencé a subir las escaleras que quedaban hasta el cuarto piso, donde se encontraba el departamento de mi abuela Julianna.
Al abrir la puerta, me encontré con Pam y Rupert, su nuevo novio. Un pobre hombre que aun vivía con su madre, analista de sistemas y, según mamá, un poco llamativo tic en el ojo que yo noté al instante en cuanto lo vi.
Desde que papá se había ido, hacia exactamente trece años, mamá había dejado de creer en los hombres, igual que yo. De pronto, ya no tenía trabajo y por lo tanto, tuvimos que mudarnos a la casa de su madre (mi abuela). Luego, cuando consiguió un empleo como secretaria de un edificio público, comenzó a tener citas con perdedores, uno peor que el otro, y todas las semanas tenia uno nuevo. A veces, llegaba a conocerlos, otras era un romance tan rápido que ni siquiera nos enterábamos que había sucedido.
Además, como si esto fuese poco, era un poco alcohólica, lo que había provocado que yo me quedara viviendo con mi abuela cuando ella consiguió un nuevo departamento, unos ocho años atrás.
Saludé a Pam con desgano y a su pareja con indiferencia, luego me encontré a julianna en la cocina y le conté como habían estado las cosas. Aunque, obviamente, evité la parte en que falte al colegio. Aquel jueves era mi cumpleaños y yo odiaba rotundamente ese día, justo cuando Terry (mi padre) se había ido. Por lo tanto, Charlie y yo habíamos intentado pasar la menor cantidad de felicitaciones por mis dieciocho años, acudiendo toda la tarde al gimnasio.
Observé la deliciosa pasta que mi abuela había cocinado y descubrí que en la diminuta mesada que teníamos había una pequeña torta de cumpleaños. Odiaba soplar las velas y las cosas dulces, todos los años era lo mismo, pero Julianna insistía en que lo hiciera.
Me encerré en el baño y me di una buena ducha caliente, aunque me gustaba el frio, aquella noche estaba haciendo demasiado y necesitaba calentar mis huesos. Luego, me dirigí a mi cuarto que estaba justo al otro lado del pasillo y cerré la puerta tras de mí.
Jamás en mi vida había visto una habitación tan pequeña, pero lo que siempre me había asombrado, era la cantidad de cosas que entraban en ella. Hacia un tiempo, mínimo cinco años, que conseguía dinero de pequeños trabajos de niñera y justo para mi cumpleaños número dieciséis, había logrado terminar de decorarla y pintarla como yo quería.
Las paredes eran blancas, celestes y verdes, tenía una pequeña estufa para los fríos inviernos y un ropero de madera que dejaba mucho que desear. Mi cama estaba en diagonal a una de las esquinas y tenía un gran respaldo blanco de hierro con barras que le cruzaban en vertical y unas pocas hojas de metal pegadas en ellas.
El acolchado era turquesa y combinaba con una estantería escondida en un rincón junto al armario, al igual que con el resto de las cortinas y algunas pocas fotos en la pared. Todo era muy colorido, pero me había esmerado especialmente en no tener nada rosa, lo aborrecía, igual que lo dulce o el calor. Todas esas cosas me recordaban a mis días viviendo con Pam y Terry, y hacía mucho tiempo intentaba olvidarlos.
Me puse un jean oscuro, unas zapatillas azules y un sweater blanco para parecer más o menos interesada en aquella velada, aunque era todo lo contrario, pero sabía que Julianna se había esmerado mucho en hacerla y no quería parecer desagradecida.
Al verme en el espejo, me odié al instante. Mi rostro, pelo y cuerpo eran la viva imagen de Pamela y siempre había intentado parecerme lo menos posible a ella.
Desde que Terry se había ido, era como si su corazón se hubiese encogido por completo. Me había olvidado, se había encerrado en su propio mundo y era como si nunca hubiese crecido. Seguía saliendo con hombres, sin preocuparse por nada. Julianna y yo nos encargábamos de pagarle las cuentas, la renta del departamento y de socorrerla cuando volvía ebria a la madrugada, simplemente para que no condujera en ese estado hasta su casa.
Era la persona más irresponsable que había visto jamás y aunque Charlie me ayudaba a pasar aquellos días oscuros en que Pam se quedaba en casa por tener fuertes resacas, la odiaba por no haberse hecho cargo de mí cuando yo no podía hacerlo.
Nos sentamos a cenar y, como siempre, mi abuela hizo un minuto de silencio para agradecerle a Dios todo lo que nos brindaba, que en mi opinión era una ración bastante tacaña. No es que yo fuese muy presuntuosa o, mucho menos, ambiciosa; sino que no creía en nada, era lo más sínico que se podía ver, no creía en la religión, no creía en la ciencia, no creía en los políticos, no creía en el sistema educativo, a veces ni siquiera creía en mí, no creía en los hombres y, tampoco creía en el amor.
Lo más parecido que había visto al amor era el de mis padres y no había terminado muy bien que digamos. En segundo lugar, estaban los padres de Charlie, que aunque se peleaban todo el tiempo por cualquier cosa, seguían viviendo juntos ignorándose mutuamente. Por último, mis pocas relaciones amorosas habían sido inaguantables y, sinceramente, nunca supe porque habían iniciado en un principio. Para mí, los hombres eran idiotas y hasta ahora, solo había uno que soportaba, uno que me hacía ver el mundo de un punto de vista un poco distorsionado al mío, ese era Charlie, mi mejor amigo desde que tenía memoria. Aunque, a veces pensaba que él no era un hombre, no entendía cómo podíamos llevarnos tan bien con mi resentimiento hacia la raza masculina.
Al cabo del postre, mamá ya estaba un poco alegre y Rupert continuaba comiendo. Cuando la abuela comenzó a juntar los platos, él comprendió que ya no quedaba nada más en nuestras alacenas, heladera o tachos de basura como para convidarle. Creo que incluso había probado los horrendos cereales que julianna desayunaba en las mañanas.
Nos despedimos y ambos salieron por la puerta. Estaba convencida que si llegaban a salvo a casa de Pam en aquel estado, o se peleaban o Rupert resultaría un ladrón de alcohol, como su anteúltimo novio, George.
-      ¿te has divertido?
-      La cena estuvo muy bien-. Respondí, intentando evadir la verdad-. Gracias.
-      ¿Qué tal este nuevo chico?-. preguntó mi abuela mientras se recostaba en el pequeño sofá, que seguramente tenía más de treinta años de antigüedad, como todo en la casa salvo mi cuarto-. Es algo…
-      ¿idiota?-. pregunté pero ella se lo tomo a broma-. Son todos fracasados, estoy harta de tener que conocerlos ¿Por qué sigue trayéndolos a conocernos?
-      Quiere hacernos participes de su vida.
-      Pues, creo que hace tiempo vengo demostrando que no quiero participar de su vida-. Reproché-. Y mucho menos de la amorosa, esos tipos me dan asco.
-      April, por favor-. La miré y no completó su frase, sabía que yo tenía razón-. Deja eso, mañana lo limpiaremos.
-      Descuida, puedo hacerlo-. La besé en la frente-. Descansa.
-      Adiós cariño.
Quedé limpiando todo el living porque odiaba dejar todo para último momento. Además, nunca podía dormir, Charlie decía que yo era la persona más hiperactiva que conocía y durante un tiempo yo había creído que era algo extraño, pero con el tiempo comencé a acostumbrarme. Nunca tenia sueño y no podía quedarme quieta.
En las tardes solía a hacer ejercicio luego de una mañana de escuela, por la noche limpiaba la casa porque no me gustaba ver a mi abuela haciéndolo y, aun así, luego de hartarme de ver caricaturas con Charlie, seguía sin tener sueño. Me acostaba por obligación, por miedo a no dormir en toda la noche, pero lograr alcanzar el sueño me tomaba como mínimo una media hora.
Encendí la canilla del agua y, luego de dejar un brazalete que mi padre me había regalado sobre la mesada, comencé a lavar los platos. El agua caliente me encantaba, y hacia que deseara estar en la piscina del club en ese preciso momento. En mi vida había experimentado con todos los deportes, incluyendo bungee jumping, pero a pesar de todo solo la natación hacia que me sintiera viva.
Hacía tiempo, un poco menos de la última vez que había visto a Terry, que me había comenzado  sentir extraña. Al principio era cansancio, luego sueño, mas tarde fue la depresión y, antes de cumplir los seis años, Charlie me comentó la idea del aburrimiento. Fue entonces cuando comencé a hacer deporte, Julianna me había llevado a unas pocas sesiones con un psicólogo que decía que yo estaba en perfecto estado mental, que el deporte sería una buena canalización.
Desde entonces, estaba segura que todo se debía a un “síndrome permanente de aburrimiento”. Todo me parecía tedioso y aburrido, principalmente la escuela. Si fuese por mí, habría estado todo el día nadando, corriendo o saltando, pero la idea de sentarme a leer libros aburridos durante seis horas era completamente insoportable.
Volví a colocarme el brazalete y en silencio, me encerré en mi cuarto. Guarde mi celular en el bolsillo de mi pantalón, y salí por la ventana hacia un pequeño andén de metal que se utilizaba en caso de emergencia. Desde él, salía una escalera que subía o bajaba y conectaba hacia el resto de los departamentos, todo por si alguna vez se incendiaba alguno. Pero en mi interior, estaba convencida que aquel edificio jamás se quemaría, era tan resistente y horrible como cualquier otro en Hamilton Heights, el barrio más sórdido de Manhattan, según mi punto de vista.
Subí por los escalones hasta llegar a la ventana de la cocina del departamento de la señora Bennett, hacía años que vivía allí, desde que yo estaba con la abuela, y siempre había tenido el mismo decorado, las mismas cortinas y las mismas manchas en el suelo. El tiempo no pasaba en la vida de aquella extraña mujer.
Continué mi camino por una escalera que subía en diagonal hasta la terraza y de un salto, aparecí en el techo. Hacia frio y yo no había tomado mi abrigo, comenzaba a arrepentirme, aunque siempre me había gustado sentir el frio sobre mis mejillas, o el color violeta que quedaba en mis labios. Era lo mismo con los vientos de verano o las lluvias, el agua cayendo sobre mí me hacía sentir libre y sin límites de hacer lo que quisiera, Charlie decía que la naturaleza hacia que me revelara y que en un lugar tan gigante como Manhattan, nunca lo lograría. Sin embargo, amaba Hamilton Heights, era mi hogar desde hacía ya mucho tiempo, y lo conocía más que a la palma de mi mano, la cual nunca podía descifrar porque parecía ir cambiando con el paso del tiempo.
Evitando pisar en falso, atravesé la manzana pasando por todas las terrazas de los departamentos.
Al llegar al borde, busqué una escalera que casi nadie usaba y que estaba algo torcida. Me colgué de ella y, pasando por el medio de dos escalones, la atravesé para quedar con el pecho contra el metal y de a poco, fui descendiendo hasta llegar a la ventana del último piso: el living de Charlie.
Muchos pensarán que no valía la pena hacer todo eso, que sería más sencillo dar la vuelta a la manzana caminando como cualquier otro, pero no. Hamilton Heights no era el lugar más seguro del mundo y la sensación de aventura me gustaba muchísimo, además, era una forma de hacer que mi abuela pensara que dormía cuando en realidad miraba caricaturas, así evitaba el sermón que me brindarían ella y Pam sobre lo importante que eran las horas de sueño para el estudio y la vida diaria. Como si a mi madre le interesara bastante, yo era dueña de mi vida desde el momento en que Terry se había ido, la única que tenía derecho para recriminarme algo era Julianna y ella no sabía que yo no estaba en mi cuarto. Al final, todos felices.
Me paré en el andén y golpeé tres veces con un ritmo que solo Charlie y yo conocíamos, era la forma de saber que era April y no cualquier psicópata, aunque ciertamente, no creíamos que un ladrón se tomara tantas molestias como para subir a un quinto piso por escaleras de metal muy poco seguras. Para eso había que tener la misma capacidad aeróbica que yo, lo cual se lograba con muchas horas de entrenamiento o mucho tiempo libre.
-      ¿cómo ha estado?-. preguntó Charlie cuando entre por debajo del vidrio abierto-. ¿Qué tal el nuevo?
-      Es un completo idiota y se comió todos nuestros víveres-. Rezongué, odiaba a cada uno de los amantes de Pam, aunque a veces llegaban a ser novios-. Vas a verme seguido durante la semana, no nos queda ni agua en los jarrones.
-      Así que uno más en la lista, ¿Cuántos van ya?
-      Por este año, conocí a cuatro-. Tomé una manzana de una frutera sobre la mesa y me recosté en el sofá-. Pero creo que van diez, ósea, seis sin oficializar.
-      ¿estás contando al señor Perkins?
-      No, ese va siempre sin incluir.
El señor Perkins era el jefe de mamá. Un importante político que aunque no estaba casado, tenía varias “amigas” revoloteando por todo Nueva York como si fuesen buitres. Aunque, la única que le duraba siempre era Pam porque nunca se quejaba y no le pedía demasiado. Las otras siempre querían casas en el centro, vacaciones pagas y pavadas como esas, a cambio ofrecían su silencio, a él no le convenía que se supiese todo. Pero Pam, era muy tonta o muy lista, jamás había reclamado aunque siempre conseguía lo que quería.
Una vez Charlie y yo los habíamos visto salir juntos del hotel en el que Julianna trabajaba como mucama, y desde entonces nos encargábamos de evitar a aquel hombre como fuese. Los únicos que sabían que clase de madre tenía yo eran los padres de Charlie, que para ser sinceros, no me querían para nada.
Los señores Power eran muy religiosos y, obviamente, yo provenía de una familia “sucia” y tenía una madre soltera que nunca se había casado con mi progenitor. Podría decirse que no era bienvenida en aquel hogar, aunque Charlie no era el hijo modelo y me permitía el acceso de todos modos.
Encendimos el televisor y, como todas las noches, nos dimos un buen atracón de papas fritas, chocolate y caricaturas, los cuales para mí, eran grandes placeres de la vida.

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