R.R.R: Remordimientos,
recuerdos y revelaciones.
Llegué al departamento donde vivía Pam en menos
de lo que esperaba. No había querido tomar el autobús, era mejor correr para
aclarar mi mente.
No le había dicho a Eric o a López que me iba, tampoco me importaba, en
ese momento algo mucho más importante estaba sucediendo en frente de mis ojos y
yo había sido tan ciega como para no notarlo jamás.
Tome la llave de emergencia que Pam escondía
bajo un tapete de bienvenida frente a la puerta y entré.
La casa estaba muy desordenada, era evidente
que la noche anterior había sido una en las que se embriagaba hasta más no
poder.
Pam vivía en un lindo mono ambiente. Prolijo,
en el centro de Hamilton Heights, con muebles lindos y sofisticados, un
vecindario decente (mas que el nuestro) y, con unas cuantas comodidades que se
podía permitir gracias al salario que le daban por las “horas extras”. Siempre
había repugnado su vida, era completamente vergonzosa, por eso no me gustaba
que supieran que éramos familia.
Dejé mi mochila en el sofá y verifiqué que ella
no estuviese durmiendo en la cama repleta de cosas. Aparentemente, no había
vuelto desde la noche anterior, o desde la tarde anterior. Sinceramente, no era
la pregunta que inquietaba mi mente.
Comencé a recoger las botellas que estaban
esparcidas en el suelo, en el baño, en la cocina, sobre la cama, por debajo, y
en toda la vivienda. Era increíble la cantidad de dinero que aquella mujer
gastaba en algo tan común como el alcohol. Siempre la había odiado por elegirlo
sobre mí, por decidir ahogar sus penas de abandono en aquel líquido espantoso,
en lugar de escoger trabajar los problemas en familia, junto a Julianna y a mí.
Si aquellas botellas estuvieran llenas y sin
abrir, seguramente tendría unos quinientos dólares ganados, todo ese dinero
desperdiciado. Dejé los envases en un cajón de la cocina, Pam se haría cargo de
ellos luego.
Cualquiera se preguntaría porque hacia eso por
ella, o porque mi abuela se encargaba de pagarle las deudas; bueno, digamos que
aunque no lo quisiéramos, éramos familia y la familia se apoya mutuamente, al
ver que Pam no quería nuestra ayuda, no íbamos a dejarla hundirse cada vez mas
y mas profundo, era nuestra pequeña colaboración para intentar mantenerla a
flote. Aunque, claramente, muchas veces flotaba solo una mitad de ella.
Luego, limpie la cantidad de papeles que se
encontraban sobre la mesa. Había revistas, catálogos, cuentas vencidas que
Julianna no había encontrado la última vez que había ido a la casa y, algunos
restos de comida, como fruta o tartas en bandejas de plástico descartable. Era
verdaderamente, asqueroso, un completo atentado a la higiene.
Tire todo en un triturador de basura y los
pocos platos que le quedaban los lavé en el lavadero de la cocina. Abrí las
ventanas para esfumar el olor a cigarrillo, encierro y alcohol, y luego, tendí
las sabanas de la cama que parecían no ser tendidas desde el primer día en que
Pam había dormido en aquella casa.
Me recosté en el sillón y comencé a recapacitar
en mi mente, tal vez todo era una locura, pero teniendo a una madre como la
mía, todo podía pasar.
Al ver que comenzaba a oscurecer y que Pamela
no regresaba, le envíe un mensaje a Julianna para avisarle que todo estaba
bien, tampoco quería ser buscada por la guardia costera de todo Estados Unidos.
Observé, sobre el ropero, un par de cajas y
supuse que si Pam era la dueña del acta de defunción de Terry, seguramente lo
guardaría allí, digamos que no era tan ordenada como para guardarlo en otro
lugar. De lo contrario, luego de sus largas resacas, no recordaría de ninguna
manera donde guardaba las cosas importantes.
Me paré sobre una silla, puesto que no era la
chica más alta del instituto pero tampoco era un gnomo, y tomé la primera caja.
Era de zapatos y dentro, contenía muchas
porquerías de adolescentes, como el birrete de la graduación de Pam o la foto
del baile, donde se la veía con un típico arreglo de flores en la muñeca, un
vestido largo y azul, uso zapatos de tacón y un hombre alto y esbelto a su
lado, Terry.
Cuando termine, tomé una segunda caja, era
blanca y grande. Dentro, había un largo vestido blanco, algo simple pero
delicado. Una autentica belleza. Un nuevo secreto, Terry y Pamela iban a
casarse cuando él se fue, una posible razón de su depresión.
Volví a guardarla y tome la tercera y última
caja, era pequeña y pesada. Dejé la tapa a un lado y hallé que en el interior
había un montón de papeles.
“Bingo” pensé, pero rápidamente descubrí que
era pura basura de bebe, mi primer foto (ecografía), un dibujo de cuando era
pequeña y unos pendientes que solía usar a los tres años, ahora siempre lucia
unas piedritas plateadas que simulaban ser “diamantes”.
Debo admitir que me conmocionó saber que Pam
había guardado eso durante tanto tiempo, aunque no sentíamos gran afinidad la
una con la otra, era mi madre y durante mis primeros años de vida me había dado
todo, luego los sucesos se fueron más allá de lo que nuestro alcance permitía y
ambas tomamos caminos diferentes.
Cuando oí las llaves de la cerradura principal
girando el picaporte, supe que Pam había llegado a casa. La observé entrar con
Rupert detrás de ella, tomándola por la espalda, ambos reían y parecían ebrios,
aunque había presenciado peores momentos. Me impresiono saber que Pam seguía
con aquel perdedor, conociéndola, sospechaba que lo dejaría a las nueve horas
de noviazgo. Para mi sorpresa, aun seguían juntos, salvo que ella dejara que un
“amigo” entrara con media camisa desabrochada a su departamento.
-
Tenemos que hablar-. Dije sin saludar, con un
tono superior, claro y firme, no iba a aceptar un no como respuesta-. Rupert,
vete.
-
Oye, oye-. Titubeó Pam, era oficial, estaba
ebria-. Es mi casa.
-
Parece que yo la controlo más que tu-.
Respondí, desafiante-. Rupert, no lo repetiré, vete
-
¡Es mi casa maldita sea!-. gritó Pam y casi cae
al suelo al decirlo, por suerte solo se tambaleó y logró mantener el
equilibrio-. Dime qué quieres y vete.
-
El acta de defunción de Terry.
Ambas quedamos en silencio y Rupert, por fin,
identificó la indirecta (directa) que le había dado. Se abrocho los botones de
su camisa, de un modo bastante desprolijo, y se fue rápidamente tras cerrar la
puerta.
Pam dejó su bolso y las llaves de la casa en la
mesa de madera que nos separaba y, mientras yo observaba detenidamente sus
movimientos, distinguí que sacaba un vaso y una botella de whisky de una
alacena en la cocina. Se sentó en la punta, sirvió en el vaso y tomó todo de un
solo sorbo. Luego, suspiró al sentir el ardor en la garganta y volvió a
servirse, sin que ninguna de las dos dijera una palabra.
Volvió a beber el segundo vaso y, aun no sabía
si seguir esperando o detenerla para descubrir al fin la verdad.
-
Detente-. Le pedí en tono amable, sabía que
aquello no era bueno para ambas-. Déjalo ya.
Me miro, volvió a servirse y siguió bebiendo.
Tomé, firmemente la botella, le saqué el vaso de las manos y, de un solo golpe
al unísono, los coloqué en el otro extremo de la mesa.
Me senté a un lado de Pam y, con una mirada
algo dura, clave mis ojos grises en los suyos. Éramos la viva imagen, la una de
la otra, pero en su rostro no se reflejaba la alegría que aparentaba y en la
mía, no se veía la inmadurez que se suponía, debía poseer.
Pam evitó sostenerme la mirada y la desvió a
sus manos, hechas un manojo de nervios justo al frente.
-
¿no tienes el acta verdad?-. pregunté, aunque sonó
mas como una afirmación.
Pam asintió, avergonzada, sin decir una
palabra.
-
Dime-. Insistí por otro lado-. ¿alguna vez la
tuviste?
Volvió a hacer una seña. Negó con la cabeza,
más avergonzada aún y, sentí como las lágrimas se deslizaban en nuestras mejillas,
dejando al descubierto el dolor que ambos sentíamos desde hacía mucho tiempo
atrás.
-
Nunca la tuve-. Habló finalmente-. Alguien, no
recuerdo quién, se acercó y me relató lo sucedido; lo habían encontrado cerca
de la frontera con Canadá, tenia sobredosis de todo.
-
¿jamás reclamaste nada?-. volví a preguntar-.
¿el cuerpo? ¿el acta? ¿algo?
-
Nada, no quería volver a ver algo de Terry en
toda mi vida-. Ahora, comenzaba
comportarse como la insoportable Pamela Chase que todos conocían,
siempre a la defensiva-. Era solo una niña, jamás creía que alguien me
reclamaría algo de aquel hombre.
-
¿no creíste que, tal vez, a mi me interesaría
saber que había sucedido con mi padre?
-
¡él no se ganó el derecho de ser tu padre
April!-. se levantó de repente, con lágrimas en los ojos y comenzó a gritar-.
¿No lo entiendes? No te quiso, te abandonó, igual que a mí, nos utilizó a
nosotras de la peor manera que pudo hacerlo.
-
No, sé que tuvo sus razones-. Acoté
ingenuamente, siempre me había negado a creer que el hombre con el que había
pasado los primeros cinco años de mi vida, no era más que un muy mal recuerdo-.
No digas esas cosas.
-
Abre los ojos por favor-. Volvió a insistir-.
Lo único bueno que hizo fuiste tú, y a veces dudo que sea así.
-
¡Cállate!-. grité con todas mis fuerzas, no
soportaba que Pam hablara así de alguien como Terry, aunque lo que había hecho
estaba mal, no quería creer que Pam tuviera razón.
-
Entonces dime-. Se tranquilizó repentinamente y
me miro con aquellos profundos ojos grises imposibles de olvidar-. Si Terry sigue
vivo ¿por qué no te ha buscado aun? Más de diez años han pasado, seguramente ya
lo habrías perdonado por abandonarte.
-
No lo sé-. Bajé la vista avergonzada, Pam tenía
razón, no sabía porque Terry no había vuelto por mí.
-
Te diré porqué-. Se cruzó de brazos frente a
mí, del otro lado de la mesa y me observó por unos segundos, se notaba que
estaba ebria y mucho-. Porque no te quiso, te abandonó para seguir con su vida
sin tenerte en ella. Siguió como si nada, nos dejó a ambas; admite que eres
igual que yo, sigues atrapada en el pasado… somos I_G_U_A_L_E_S-. era
suficiente, mi paciencia había tocado fondo-. Terminaras igual que yo, porque
somos igual de estúpidas.
Me paré de la silla de un salto y le di un
golpe en el rostro. Una bofetada perfectamente ubicada que me hizo sentir un
gran alivio interior. Luego, caminé hasta la cocina mientras Pamela se tomaba
la mejilla con las manos para amortiguar el dolor, abrí las puertas de madera
blancas de la alacena y, arrastrando todo con mi brazo, deje caer todas y cada
una de las botellas de alcohol.
El suelo quedó hecho un completo desastre,
pegajoso y, sobre todo, oloroso. Un aroma tan fuerte y horrible que mareaba a
cualquiera.
Pam quedó con los ojos y la boca abierta, no
podía creer lo que yo acababa de hacer; se abalanzó sobre mí y comenzó a
sacudir sus brazos desesperadamente sobre mi pecho, mientras lloraba sin
consuelo.
La tomé de los hombros y la lleve hasta la zona
del sofá, la arrojé contra el mismo y corrí al baño. Me paré frente al espejo y
lo deslicé a un costado para dejar al descubierto un hueco donde, se suponía,
debía haber un botiquín. Pero en su lugar, solo encontré otro escondite para
botellas de vino y otras sustancias prohibidas para menores. Agarré los envases
de líquidos desconocidos y los vertí todos en el inodoro, tenía que asegurarme
que Pam no sería capaz de arrojarse sobre el piso y comenzar a absorber lo poco
que quedaba.
Con paciencia, me encargué de hacer que todos
los escondites de bebidas, quedaran vacios. Bajo la cama, no quedaba rastros de
whisky o cerveza; tras el sillón, no había ni siquiera, una botella de sidra;
en el armario, había encontrado unas pequeñas raciones de licor y vodka.
En menos de quince minutos, todo el alcohol de
esa casa había desaparecido, igual que el espíritu de Pam.
-
¡Desgraciada!-. gritaba mi madre desde el sofá,
sin siquiera pararse-. Eres una completa desgraciada… perra.
-
La única desgraciada en este departamento eres
tú-. Contesté luego de tomar mi mochila, estaba lista para retirarme-. Y piensa
bien antes de compararme contigo, jamás nos pareceremos.
-
Ya lo somos, querida-. Me desafió, riendo,
desde el sofá-. No tenemos diferencias, mírate al espejo si no me crees.
-
Te equivocas, yo haré algo al respecto para
mejorar mi vida-. Estaba convencida que terminaría teniendo la última palabra-.
Algún día te preguntaras por mí, justo cuando estés sola, sin nada… cuando Julianna
y yo nos hayamos cansado de tus estupideces.
Cerré la puerta tras de mí y no volví a mirar
si Pam me perseguía o se había quedado en aquel mugroso sofá.
Regrese a casa, cansada. Las dudas en mi mente,
no me permitían correr. Hacía días que no iba a nadar y las consecuencias se
notaban en mi cuerpo.
La noche estaba cayendo y el edificio estaba
completamente a oscuras, apenas se veía algo con unos focos encendidos en los
finales del pasillo, aunque para ser sinceros, aquella tenue luz amarilla daba
bastante miedo.
Quería llorar, pero sabía que si mi abuela me
veía con lágrimas, una gran batalla se levantaría entre ella y Pam. Varias
veces había sucedido, pero a mí no me gustaban las peleas, no me gustaba ver a
Julianna ignorando a su hija por el simple hecho de haberse peleado conmigo.
Entré en el departamento, con la mayor fuerza
de voluntad de la que yo era capaz. Julianna estaba en la cocina, preparando la
cena, sin saber todo lo que me había sucedido aquel día.
Camine, rápidamente, hacia mi cuarto y me vestí
con mi traje de baño. Luego, un conjunto deportivo y bien abrigado, cubrió
todo. Puse lo que me necesitaba en un bolso negro para el gimnasio y dejé mi
celular sobre la cama, no quería ninguna distracción al salir de mi casa.
-
Iré a nadar-. Grité desde la puerta, y salí apresuradamente,
no quería que Julianna me preguntara nada, sería mejor para ambas.
Con ligereza en cada paso, comencé a bajar las
escaleras. Ya era de noche y hacia mucho frio, nadie querría ir al gimnasio en
aquel momento, pero yo lo necesitaba, así como el aire que entraba y salía de
mi cuerpo en cada segundo.
-
¿sales tan tarde?-. preguntó la señora Bennett
cuando pasé a su lado en el pasillo del piso inferior al mío, iba cargada con
unos papeles y recién llegaba al edificio.
-
Tengo que hacer-. Le sonreí, me parecía extraño
que ella me hablara sin gruñir, hasta se podría decir que algo andaba mal.
-
Debes tener cuidado.
Al oír eso, ya estaba casi en el piso de abajo,
puesto que nunca me había detenido a saludarla.
Salí al exterior y sentí un aire frio, casi
helado, sobre mi rostro. El pelo volaba con el viento y me hacia cosquillas en
el rostro, una caricia que necesitaba más que nunca, no estaba acostumbrada a
recibirlas.
Llegué a la piscina cubierta con el corazón en
la boca, necesitaba el deporte al igual que muchas otras veces, cuando tenía
crisis en las que ni siquiera Charlie lograba calmarme.
Dejé todo en un casillero que me brindaron en
la recepción, tomé mi toalla blanca del bolso, le reposé en un banco junto al
agua y, de un salto, caí como sirena en una ola de calor, relajación y, sobre
todo, contención.
En aquel ambiente, me sentía la persona más
perfecta del mundo, como si nada pudiera salirme mal. Era una sensación que
aplacaba todos los problemas que había en mi vida, como si de pronto, yo no
fuese… yo.
Al volver a la superficie, noté que estaba
llorando. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, desde mi última pelea con Pamela,
unos meses atrás.
Pero, ahora, no solo era por Pam; Charlie,
Terry y, también, López estaban involucrados, sentía que ya no podía contener
todo dentro de mí.
La vida era muy dura desde hacía bastante
tiempo, pero había días en que todo empeoraba, y aquel era uno de ellos.
Casi a media noche, la recepcionista me pidió
que saliera, ya estaban por cerrar.
Me sequé las lágrimas que se camuflaban con las
gotas de agua en mi rostro y volví a vestirme con mi ropa deportiva en el
cambiador.
Regresé casa con mucho frio, se acercaba la
primer nevada del invierno muy pronto y comenzaba a sentirlo.
El edificio, estaba más silencioso y oscuro que
al momento de irme, pero la luz en el departamento de la señora Bennett seguía
encendida, lo que hacía que aquel piso no se viera tan tenebroso.
Entré a casa y descubrí que Julianna ya se
había recostado. En la heladera me había dejado un plato de tarta de verdura,
pero estaba sin apetito.
Dejé la mochila en el suelo de mi cuarto y
cerré las cortinas de la ventana, aquella noche no iría a ver caricaturas, las
brasas en lo de los Power seguían calientes.
Me puse un viejo pantalón de pijama negro y una
sudadera deportiva, bien grande y suelta, color celeste y blanco por encima.
Luego, me hundí en las sabanas de mi cama y
sentí todo eso que Pam me había dicho como propio. Tal vez, era cierto que
Terry no me quería, por eso no me había buscado. Pero, si estaba vivo, podría
encontrarlo; en caso contrario, lograría saber porque era prófugo.
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