“Casa”.
Cuando el sol comenzó a salir, me encontré
nuevamente en un lugar suburbano. Ya no estábamos en Manhattan, eso era seguro,
pero ahora dudaba que estuviésemos en algún barrio de Nueva York.
Tenía puesta una sudadera de Eric sobre mí
porque al parecer, la calefacción no funcionaba. Los vidrios estaban algo
empañados por el frio del exterior.
Parecía ser un pueblo pequeño y tenia bosques
alrededor, pero nada que mereciera para ir de vacaciones.
No había absolutamente ni una sola persona en
las calles, supuse que era porque apenas se estaba asomando el sol, pero luego
Eric aclaró mis dudas.
-
Bienvenida al pintoresco pueblo de Duane-. Dijo
como si todo eso sonara emocionante-. Estamos en el, ya conocido como
pintoresco, condado de Franklin…
-
¿Qué hacemos aquí?-. corté aquella encantadora
presentación, quería saber que estaba pasando; el estado de shock que había
sufrido la tarde anterior ya había desaparecido.
-
Aguarda un momento por favor-. dijo él con una
sonrisa-. Haces que la magia desaparezca-. Lo miré en plan “¿estás hablando en
serio?”, parecía ser que el supuesto Eric normal había regresado-. En fin,
estas en Duane bla, bla, bla, el pueblo del condado de Franklin que goza de 174
habitantes para ser exacto. Bienvenida-. Parecía ser que mi poco entusiasmo
había apagado la magia en Eric.
Observé por la ventana como pasábamos algunas
hileras de pino y luego el pueblo continuaba, era como si todo hubiese sido
construido a lo largo de la carretera.
-
Hum, tienes café por ahí-. Señaló Eric a un
vaso descartable sobre el tablero-. Lo compré antes que despiertes.
-
Gracias.
Detrás de nosotros estaban la señora Bennett y
Pam completamente dormidas.
-
¿no estamos un poco lejos de Manhattan?
-
Solo a seis horas y media-. Hizo un gesto como
si seis horas y media fuesen cosa de todos los días-. Regresaremos, ya lo
verás.
-
Y ¿Qué se supone que estamos haciendo aquí?
-
Ponerte a salvo-. Me pregunté de quien me
tenían que poner a salvo y miré a Eric pidiéndole más datos-. Eres demasiado
impaciente cuando quieres ¿lo sabías?, te explicaré mejor cuando estemos en
casa; ahora disfruta del paisaje.
Eran extraños los cambios de humor en Eric. La
noche anterior era un adulto completamente capacitado para lidiar con una ebria
moribunda, una anciana no tan decrepita y una adolescente anonadada. Ahora, en
cambio, simplemente conducía como un chico que acababa de terminar la
secundaria para disfrutar de unas largas vacaciones. Sin problemas, contento de
ir a donde se suponía que estábamos yendo. Casa.
Media hora después, llegamos a una pequeña
finca rodeada de pinos o álamos o
eucaliptos… creo que tenia de todo un poco.
Eric bajó de la camioneta y buscó una llave en
una lata al costado del tronco que sostenía la tranquera de la entrada. Abrió
un enorme candado atado a una cadena y devolvió la llave a su lugar. Luego regresó
a la camioneta, entramos a la finca y bajó, una vez más, para cerrar todo.
No se veía absolutamente nada a lo lejos más
que el horizonte.
Viajamos por una hora, adentrándonos cada vez
más y más en el terreno. De a poco se despertó la señora Bennett y más tarde
Pam, quien volvió a dormirse a los quince minutos.
Todos teníamos ojeras, pero el que peor se veía
era Eric. No había dormido en casi un día entero y aunque yo había querido
hacerle compañía durante la noche, mis ojos no habían resistido demasiado y mis
parpados se habían rendido.
Cuando al fin logré distinguir algo, el sol
estaba sobre nosotros, era casi media mañana.
Frente a nosotros había un establo blanco, pero
no se distinguía ningún caballo alrededor. Un perro salió de allí a ladrarnos.
No podía saber de qué raza era, pero si sus colores: blanco y negro.
-
Bienvenida-. Me sonrió Eric cuando apagó el
motor de la camioneta.
Yo estaba aun sorprendida con el lugar. Parecía
ser verde, pero no artificial, de esos lugares que simplemente son así… verdes.
La señora Bennett bajó de la camioneta y se
llevó caminando a Pam en el interior de una morada.
Eric y yo nos quedamos bajando el equipaje que
traíamos.
-
Hey, Niki-. Saludó él a la perra que se nos
acercaba-. ¿no es una belleza? Es la perfecta compañía y adora perseguir
ovejas.
-
Es linda, nunca había visto un perro así.
-
¿en serio? Es una Border Collie.
Si, Niki era una verdadera lindura.
Me quedé unos momentos viendo la casa, mientras
Eric regresaba a su infancia haciéndole mimos a la perra que se dejaba
placenteramente.
Así que allí estábamos: casa. ¿Qué se suponía
que hacíamos allí?
En realidad no me importaba demasiado. Al
principio había tenido miedo de ir a cualquier lado completamente ermitaño para
que me protegieran de algo o alguien que no sabía que era. Pero ahora que veía
esa casa, me gustaba muchísimo.
Era enorme, jamás había estado en una casa de
ese tamaño. Se notaba que era muy antigua, pero estaba ligeramente cuidada o
muy poco dañada. El techo era de tejas grises y el revestimiento de madera
blanca. Había una galería rodeando una de las esquinas y un balcón al frente.
Algunos arbustos no tan cuidados rodeándola y una puerta de madera con un
vidrio decorado en el medio. Se notaba que hacía tiempo alguien no estaba allí,
me preguntaba si había habido algún habitante en los últimos años. Sin embargo,
el lugar se había mantenido solo naturalmente, como si la madre naturaleza
supiera exactamente que tenía que hacer. El pasto estaba ligeramente largo y la
pintura algo salida, pero sin duda alguna, estaba muchísimo mejor que mi
pequeño departamento lleno de humedad en Hamilton Heights.
Eric camino hasta la puerta y lo seguí, no
quería quedarme sola.
No podía creer lo que veía en el interior.
Suelo de madera sin pulir que mantenía su
brillo natural y rustico, sillones antiguos que aun seguían viéndose tentadores
y esponjosos (o nosotros estábamos artos de los asientos duros de la
camioneta), llenos de almohadones haciendo juego.
Las paredes estaban empapeladas (tal como se
acostumbraba unos años antes en ese tipo de casas), en un color celeste pastel
con flores blancas apenas notorias.
Detrás de los sillones que apuntaban a un viejo
televisor de antena, había una gran mesa redonda blanca con seis sillas
rodeándolas. Hacia la derecha, estaba la escalera con una baranda blanca y
hacia la izquierda había una barra de madera con un teléfono de los años
ochenta color rojo bien grandote y detrás de esa barra, se encontraba la
cocina. Tenía alacenas de madera blancas y mesadas por debajo rodeando las
paredes, en medio de estas dos cosas, se extendía una fina ventana a la altura
de los ojos que permitía ver el resto de la finca. En medio de todo eso, estaba
una especie de isla, que no era más que una mesa cuadrada de madera color azul
algo desteñido, con un estante por debajo donde se podían ver todo tipo de
ollas antiguas, de esas que mi abuela siempre veía en sus telenovelas baratas.
La cocina, la heladera, los utensilios, todo
parecía ser de los años setenta u ochenta, pero sin duda alguna, hacia más de
diez años que alguien no visitaba el lugar (por lo menos permanentemente,
porque nada estaba suficientemente sucio como para que haya sido tanto tiempo).
Pero, a pesar de todo eso, lo que más me
sorprendió (Más que cualquier cosa en el mundo), fue encontrarme a Maggie y al
profesor López sentados en la mesa con muchísimos papeles a su alrededor.
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