Castigados.
Al terminar las clases, los corredores volvieron
a inundarse de gente. Las miradas se cruzaban entre todos y luego me señalaban.
El gran tema de conversación éramos nosotros cuatro, podría decirse que éramos
como las noticias, un tiempo teníamos la atención de toda la escuela, éramos
los más populares y cuando aparecía algo mejor, una pelea más grande o algo que
llamara la atención, nosotros pasábamos a ser historia.
Dejé mis cosas en el casillero y, mi mochila
sobre mis hombros. Recorrí todo el instituto hasta llegar a la sala de castigos
y golpeé tres veces. El profesor López apareció y me dijo que era bienvenida.
Hacía tres años que aquel hombre no solo
enseñaba matemáticas, sino que también se encargaba de los castigos (hay que
admitir que él y Bulldog eran los únicos que castigaban alumnos o creían en la
disciplina).
Entre en el aula y me deprimí al instante. Se
notaban que las paredes habían sido blancas en un principio, muchos años atrás,
pero ahora estaban manchadas, tenían marcas de zapatillas, humedad, escrituras
de marcadores negros y algunos pedazos algo caídos.
Había unos quince pupitres de dos personas,
rayados, sucios y algo polvorientos. El chico que se había peleado con nosotros
y que había salido con la nariz sana se encontraba sentado junto a otra chica
bastante problemática con la que compartía mis clases de literatura. Detrás de
ellos, estaban otros dos muchachos con la capucha puesta y los auriculares con
música tan fuerte que hasta nosotros llegábamos a escucharla. Y, del otro lado
estaba otro encapuchado con un buzo negro al que no dejaba ver su rostro.
-
Siéntese Austin-. Me invitó López-. Por allí,
junto al señor Taylor.
Dejé mi mochila en el suelo y me senté junto a
mi nuevo compañero de castigos. Él se sacó la capucha y pude descubrir que era
Eric Taylor.
Nos conocíamos desde hacía un par de años pero
nunca habíamos entablado conversación alguna, él estaba en el grupo de Maggie
y, en cierto modo, eran tan amigos como Charlie y yo.
-muy
bien, desconecten los aparatos electrónicos-. Supe que la tortura estaba a
punto de comenzar, odiaba los castigos-. Están aquí porque tienen que
reflexionar sobre varios temas.
López comenzó a hablar sobre nuestro
comportamiento, la poca disciplina que teníamos, el gran esfuerzo que
demandábamos con cada “travesura” y la violencia que nos inculcaba en las
mentes la porquería de música que escuchábamos.
Más tarde, cuando ya no le quedaba más nada
para criticarnos, camino hasta el final del aula y de un montón de basura que
había en un rincón lleno de polvo, tomó una caja de mediano tamaño color negra
(o eso parecía).
Coloco la caja sobre el escritorio que había al
frente y, luego de quitarle la tapa, sacó una tiza blanca y en el pizarrón
escribió “trabajo comunitario”.
“Perfecto-. Pensé-. Nos obligara a realizar
trabajo comunitario para sacarnos de nuestro mundo de vandalismo”.
-
Bien, durante el tiempo que estén castigados,
deberán aprender a trabajar en equipo y realizar trabajos que ayuden a la
escuela.
De a poco, del cajón del escritorio, comenzó a
sacar papel tras papel y, al terminar, los dividió en dos grupos.
-
Ustedes-. Señalo a los dos encapuchados de la
música-. Clasificaran estos viejos archivos, quiero que acomoden los recientes
de los del año anterior.
Les dio el montón de hojas y los dos chicos lo
miraron. Estoy segura que si hubiese sido otro el profesor que estaba al mando,
hubieran reaccionado al tal punto de dejarlo en coma, pero a López no se lo
intimidaba fácilmente.
-
Su trabajo-. Señalo al chico que se peleó con
Charlie y a mi compañera de literatura-. Ayudaran a clasificar las fotos del anuario
de ultimo año, quiero que sean lindas, ordenadas y para nada ofensivas.
De la caja negra saco un sobre de papel madera
lleno o, mejor dicho, repleto hasta explotar de fotografías. Como los alumnos
nunca se ofrecían a nada, los que realizaban los anuarios eran las pobres
victimas de castigos. Era mi turno, y estaba segura que me obligaría a realizar
un trabajo tedioso y aburrido junto a Eric. Lo único que realimente esperaba,
era no tener que pasar mucho tiempo con él o tener que ver a Maggie mas seguido.
-
En cuanto a usted señorita Austin-. Me miro con
unos ojos que reflejaban cuan contento estaba de poder controlar mi vida por
las siguientes dos semanas, seguramente si las reglas lo permitieran, me
hubiera castigado hasta la graduación-. Usted y el señor Taylor realizaran en
equipo, un informe sobre el vandalismo, quiero que me hablen de los delitos
graves que se cometen en este país y, si es posible, algún delito extraño, algo
complejo que se pueda analizar.
Mire a López con cara de odio y fastidio y él
sonrió por su pequeña victoria.
-
Profesor-. Levanté la mano para desafiarlo, no
iba a dejar que las cosas quedaran así-. Sinceramente, no creo que seamos
vándalos, fue solo una simple pelea.
-
Ya veo-. Respondió López pensativo y luego
agregó-. Entonces, me gustaría que le pregunte a sus padres que opinan acerca
de la pelea de esta tarde.
-
Verá, la cosa no es tan simple-. Acoté, quería
complicarle la vida lo más que pudiese-. Mi madre no se molestará demasiado y
mi padre falleció.
-
Tranquila que estoy seguro que no les agradaría
de todas formas-. Agregó López, descubrí que él me estaba complicando a mí y
que debía ser al revés-. Investiga April, no te salvaras de hacer el informe; y
recuerda que Eric también tiene que colaborar.
Fruncí el seño y me tire sobre el respaldo de
la silla como una niña pequeña. El maldito profesor me había ganado y no tenía
escapatoria, tendría que hablar con Pam y preguntarle sobre Terry por culpa de
mi estúpido hábito de discutir obstinadamente cada cosa que me decían.
Pasé el resto de la hora que nos quedaba en
silencio. Eric me había hecho algunas sugerencias simples, puesto que López lo
obligaba a que nos comuniquemos y él accedía para que, de alguna manera, yo comenzara
con mi ensayo.
Sin embargo, ninguno logró que yo hablara. Había
dejado bien en claro que a ninguno de mis padres les interesaba lo que yo
hiciera, una estaba borracha por ahí y el otro muerto, lo cual no era del todo
mentira.
Cuando Terry nos abandono a mi madre y a mí,
mientras ella estaba con su depresión, yo imaginaba que él regresaba a buscarme
para sacarme de aquel infierno. Lamentablemente, al año nos llegó una carta que
decía que había muerto, por lo visto nunca había aclarado que ya no vivía con
nosotros. Toda mi vida había esperado que Pamela me llevara a su tumba, pero
nunca lo había hecho, por lo tanto creía que el estaba vivo.
Por suerte, ahora sabia que aquellas fantasías
tontas eran traumáticas, así que había decidido sacar a Terry de mi vida,
pensarlo lo menos posible y seguir con mi miserable vida, esperando que llegara
el momento en que por fin pudiese salir de Nueva York o, al menos, de Hamilton Heights.
Cuando la hora de tortura acabó, Salí del aula
de castigos tan rápido como me fue posible. No había hecho ningún tipo de
deporte aquel día y me moría por encontrar a Charlie e ir al gimnasio.
Baje las escaleras que estaban a la entrada del
instituto y descubrí que hacia muchísimo frio, el viento no soplaba pero
parecía que lo helado entraba por los huesos para quedarse allí el resto de la
eternidad.
-
Deberíamos comenzar el informe mañana-. Me
sugirió Eric alcanzándome por detrás-. No quiero otras dos semanas de castigo,
o la expulsión.
-
De acuerdo-. Yo tampoco quería y ya veía que no
tendría escapatoria-. Comenzaremos mañana.
-
Perfecto-. Se puso su mochila en los hombros y
comenzó a caminar rumbo al centro de Hamilton Heights, casi en medio de la
oscuridad.
Con mi chaqueta negra puesta y unos jeans
celestes no muy abrigados, me senté en el escalón de arriba y espere a Charlie.
Al ver que no llegaba, marque su número y espere que contestara, pero no lo
hizo. Odiaba cuando me dejaba plantada, yo no tenía coche y mi casa no estaba
cerca, la única opción que tenía era caminar hasta la casa de Pam y dejar que
ella me llevara a mi verdadero hogar, cosa que no pensaba hacer.
Seguramente, Charlie se había colgado en el
taller mecánico de su tío. Siempre sucedía, los motores, los coches y lo
grasoso le encantaba, sobre todo la parte de pasarse toda una tarde fuera de su
casa y de sus odiosos padres.
Revisé mis pocas chances de regresar a casa y
descubrí que solo me quedaba el autobús. A unas pocas cuadras estaba la parada
de unos de los pocos autobuses que pasaban cerca de mi casa. Revisé en mi
bolsillo por un poco de dinero y, por suerte, encontré un poco, lo suficiente
para regresar a mi casa.
Comencé a caminar, el frio entraba por mi boca
y enfriaba toda mi garganta. Mis ojos se ponían algo llorosos y, como siempre,
dejaban los bordes del parpado algo colorados. Pero, como yo no
acostumbraba usar maquillaje, no había
problema con rímel o delineador corrido.
De a poco, fui entrando en calor. Caminaba más
y mas rápido, disfrutando de cada paso y de cada brisa en mi rostro, era como
una buena forma de acabar mi día. Colgué mi mochila sobre ambos hombros y
comencé a correr por las calles de Manhattan. Pasaba mujeres paseando perros,
niños jugando en las veredas y se me ocurrían miles de cosas. Por ejemplo, que
nunca había tenido un perro, que nunca había saltado a la soga con una amiga
porque Charlie era el único verdadero amigo que tenia y nuestros juegos de la
infancia se reducían a armar y desarmar piezas del taller de su tío. Me había
perdido de muchas cosas, pero agradecía cada una de las que tenía. Era dueña de
una libertad infinita y, al mismo tiempo, intentaba ser lo más responsable
posible, pero no era buena siguiendo reglas, en sí, nunca lo había sido.
No podía creerlo, pero al cabo de unos cuarenta
minutos, ya estaba frente a mi edificio. Era completamente increíble que, luego
de un aburrido y deprimente día de estudio, estaba tan fresca, despierta y
enérgica. Subí corriendo las escaleras y encontré a la señora Bennett en medio
de ellas, bajando para hacer sus compras diarias, debía ser la única mujer en
el mundo que salía con dinero a esas horas en un barrio como el nuestro.
La saludé, ella me gruñó y yo sonreí. Era muy
gracioso verla refunfuñar. Saque las llaves de mi casa del bolsillo exterior de
mi mochila y entre en el departamento.
Mi abuela aun no había llegado del hotel y, por
suerte, no había señales de una visita de Pam algo borracha. Todo estaba en su
lugar y bien ordenado, lo extraño de mi hogar era que siempre se mantenía igual
porque nosotras nunca estábamos en él.
El living y el comedor estaban juntos,
separados por una pequeña barra en la que se dejaban todas las cosas
importantes, como el teléfono, la agenda de emergencia, las lapiceras que
siempre desaparecían y las cuentas que había que pagar, que nunca desaparecían.
Tome un vaso de jugo de naranja de la heladera
y me senté en la pequeña mesa del comedor para beberlo tranquila. Teníamos un
pequeño departamento, pero a pesar de todo, era muy acogedor. Había un sillón
para dos personas color azul que hacia juego con las cortinas que había en las
únicas dos ventanas de la habitación. Junto a él estaba yo sentada con la
bebida en la mesa de madera oscura y barnizada. En frente, se encontraba a
televisor, y en medio de ambos, había una pequeña mesa ratona con algunas
flores que mi abuela recogía de las habitaciones del hotel donde los huéspedes
eran alérgicos al polen y otros polvos naturales.
Fui hasta mi cuarto y me abrigue con ropa
deportiva, había quedado con muchas ganas de correr. Me puse un conjunto azul
con un gorro y bufanda blancos a tono y un par de guantes verdes. Me ate el
pelo con una cola de caballo alta, pero aun así quedaba largo casi hasta la
cintura y, luego de guardar las llaves de la casa y el celular en el bolsillo
delantero del pantalón, ya estaba lista para salir.
Baje las escaleras y comencé a correr, tan
rápido como me fue posible, hasta llegar a una pequeña plazoleta en medio de un
edificio, que antes había sido un callejón abandonado. Me senté en un banco que
había en ella y observe las luces de la ciudad, siempre había querido ver
estrellas, de esas de las películas, las estrellas fugaces. Pero,
lamentablemente, la luz de Manhattan hacia que no se reflejaran muy bien.
Cuando comenzó a oscurecer, a tal punto que las
calles se vaciaban lentamente, me paré del banco sin mucho éxito de ver alguna
estrella y deseé poder, alguna vez en mi vida, salir de Nueva York. Quería
conocer, investigar, explorar y correr en algún otro lugar. Un sitio donde no
tuviese que pensar en Pam o Julianna, donde no me preocupara en esconderme de
los padres de Charlie o, en donde él y yo estuviésemos tranquilos. Porque, a
pesar que ese era mí cuento ideal, Charlie estaba en él, como siempre había
estado en mi vida, me había escuchado y me había apoyado en los momentos en que
ni yo quería estar conmigo misma. Era la persona que mas me conocía y, si
alguna vez lograba irme para no volver, no dejaría que él se quedara lidiando
con todo. Siempre habíamos creído que nos separaríamos, que cada uno seguiría
su camino y que luego de muchos años, volveríamos a encontrarnos convertidos en
buenos ciudadanos, no en esos chicos que éramos ahora, de los que las personas
intentan huir porque creen que son malas influencias.
Hola!! siento mucho no haberme pasado antes por tu blog , pero esta genial y me e enganchado a tu novela y ahora te sigo muchos besos ¿nos leemos?
ResponderEliminarSeguro!!! muchas gracias... :D
ResponderEliminarMe encanta ^^
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